Con
lo fácil que sería ser sólo agua, como el mar, fluyendo compactada
molécula a molécula, como una sola esencia, a pesar de que en
realidad el agua es un conjunto de gotas diminutas, de átomos unidos
que se unifican y bailan al unísono.
Ella,
el agua, no discute sobre sí misma, no necesita buscar el
significado de su existencia, ni tampoco se pregunta quién es,
porque ya lo sabe, y porque su único cometido es existir en la forma
en la que es.
A
veces quisiera ser como el mar, que se agita con el viento, que se
mueve al compás de la vida, que alberga otras existencias en su
cuerpo inmenso, que las nutre, las acompaña en su proceso
existencial.
No,
el agua no tiene miedo, pero yo sí que lo tengo.
Puede
que alguna vez yo fuera parte de ese mar, que ahora observo, y me
dibujara en él como una simple partícula diminuta, invisible al ojo
humano, pero fusionada al resto en cuanto a la experimentación como
forma de vida.
Hoy
no soy el mar, pero llevo en mí, en este cuerpo físico, gran parte
de agua, que se continua comportando igual, fluyendo, y siendo ahora
modificada en su composición por mis estados de ánimo, oscilantes
como olas que van del miedo al amor, del amor al miedo, en un juego
de opuestos que divide mi consciencia en dos.
Y
es que el amor es la naturaleza de todo, no el amor de las películas
o el que inventó el ser humano, sino la energía creadora de todo lo
que existe y es. El miedo es la experiencia que nos conduce hacia la
sumisión, es una energía que sólo experimentamos cuando encarnamos
a modo de emociones que nos separan de nuestra verdad. Sin embargo no
fue creado para que otros lo usaran en su afán de dominio, sino para
protegernos de los peligros que, a nivel biológico, podíamos
enfrentar, para sobrevivir.
El
Ego, el personaje, es como el capitán de un barco que cree que el
mar es de su propiedad, y trata de controlarlo desde su soberbia, sin
embargo, poco sabe este capitán y cuando se da cuenta de que no
puede controlar al mar, ni al viento, que sólo puede fluir con
ellos, es cuando se fusiona con su verdad. Él es el mar.
Sí,
de algún modo sigo siendo el mar...pero no soy capitán de nada, no
hasta que comprenda que sólo puedo dejarme guiar por mi esencia
real, pues es ella quien realmente lleva su propia brújula, sólo
ella sabe cuál es el camino cuando estamos en alta mar, yo debo sólo
escuchar las señales y seguirlas, moviendo el timón siempre desde
lo que mi ser me indique desde su sabiduría.
Mi
ser...algo más inmenso que el mar, pero él me sirve de ejemplo para
comprenderme, para descubrir que la vida es como un gran océano que
podemos vivir en su superficie o en su profundidad, y que nosotros
somos ella misma en la medida en que nuestra consciencia pueda
abarcar su verdadera realidad.
Arael Elama
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